Francisco de Vides De Trigueros Y Clarines de Venezuela1592

Fundación de Caracas1569

La fundación de Caracas, Diego de Losada y primeras incursiones del Triguereño Francisco de Vides.

Diego de Losada funda la ciudad de Caracas, en el 25 de Julio de 1567, hoy día capital de Venezuela, y es importante mencionar que le acompaño en esta travesía el Triguereño Francisco de Vides.

Diego de Losada es considerado uno de los conquistador españoles mas importantes en América, había nacido en Rió negro del Puente (Zamora) en 1511. Se embarcó muy joven hacia América y tras desempeñar varias funciones como militar profesional, explorador, mercenario, administrador civil y otras, entró en la historia al fundar la ciudad de Santiago León de Caracas,

Unos días más tarde, el 8 de septiembre del mismo año, fundó el puerto de Ntra. Sra. de Caraballeda (actual Caraballeda). Murió a finales de 1569 en Borburata, sus restos están enterrados en Cubiro (Venezuela) donde se le recuerda como atractivo turístico.

La tierra de gracias

En la tierra de gracias como se le llamo a Venezuela en los primeros años de la conquista, los indios eran feroces guerreros, todavía en 1569, ya fundada la ciudad de Caracas, se atrevían estos Indios Caribes a hacer incursiones por los pueblos tan cercanos y protegidos de la costa.

Vides cien años después de Colon

En el año de 1592, el mismo Francisco de Vides, nacido en la Villa de Trigueros de Huelva, es nombrado Gobernador y Capitán General de las Provincias de Nueva Andalucía y Cumana (actual Oriente de Venezuela), y firma ante el Rey Felipe II las capitulaciones por las que se compromete a trasladar hasta aquellas tierras unas doscientas familias con el fin de repoblarlas para que una vez asentadas facilite el acceso hacia las tierras de “El Dorado”.

La fundación de Clarines de Venezuela

El 14 de noviembre del mismo año 1592, partía la expedición desde el puerto San Lucas de Barrameda, formada en su mayor parte por Andaluces y Extrémenos, siendo algunos de ellos de las localidades vecinas del antiguo Condado de Niebla, y en donde consta que de Trigueros fueron ocho tripulantes donde figura como Capitán de la expedición Francisco de Vides, y otros así mismo de Triguero de nombres, Cristóbal Martín Ramos, Gonzalo Moriel, Cristóbal Rodríguez, Juan de Huelva, Juan de Vargas, Juan de Villalba, y Juan Ruiz de Vides.

Entre la lista de la tripulación también de dos pueblos vecinos a Trigueros, figuran, siete de Beas, tres matrimonios y un hombre soltero; y de nombres Ana Rodríguez y Benito, Cristóbal Rodríguez Orihuela e Isabel, y Juan Vallo, y Cristóbal Martín valles.

De Moguer, figuran, el matrimonio Alonso Ramírez y Antonia Martín.

Miguel Ignacio Pérez Quintero, un intelectual de Trigueros en los círculos de la Ilustración.

Resulta necesario, a la altura de la actual historiografía Onubense, poner algo de esfuerzo en estudiar con detenimiento algunas puntas intelectuales que, surgidas en tierras de Huelva a lo largo del siglo XVIII, mantuvieron viva en ellas la cultura de la Ilustración.

Que estos intelectuales no formaron un núcleo compacto y que, en todo caso, se hallaron oscurecidos por la solidez y cercanía del foco sevillano es evidente, pero ello no nos impide considerarlos como una floración que, vista en su justa escala, se hizo notar por cierta espesura y sorprendió a veces por su procedencia. De hecho, en esos años, pocas poblaciones de Huelva faltaron a la cita de la erudición y el cultivo del pensamiento, y, aunque a menudo las iniciativas individuales se vieron sofocadas por el aislamiento y el mediocre entorno educativo, hubo quienes rebasaron el estrecho marco de lo local y quienes formaron, asimismo, pequeños círculos que irradiaron con alguna continuidad las novedades de la cultura ilustrada. Es lo que sucedió, a lo largo de todo el siglo, con las cátedras onubenses de La Soledad, verdadero centro neurálgico de la intelectualidad de Huelva. A ellas, y en especial también a la Academia Sevillana de Buenas Letras (a la que pertenecieron algunos de ellos), se debió, en realidad, lo poco que de cohesión llegó a existir en el movimiento ilustrado onubense.

Seis fueron, al menos, los académicos de Buenas Letras que habían nacido en tierras Onubenses. Sebastián Antonio de Cortés (Almonaster, '?1778 ), Secretario de la  institución entre 1754 y 1778, y Miguel Sánchez López (Jabugo, 1723-1775) habían ingresado en la Academia en 1751 año de la fundación. Posteriormente Se incorporarían a ella José Rodríguez González (Huelva, 1748-1814), Antonio Jacobo del Barco y Gasca,(Huelva, 1716-1783), Francisco de Orihuela y Morales (Paterna, '?-?) y Miguel Ignacio Pérez Quintero (Trigueros, 1758-?). Naturalmente, no fue la Única sociedad cultural a la que pertenecieron los ilustrados onubenses. Barco integró las listas de la Real Sociedad Patriótica de Sevilla, Orihuela ingresó en la efímera Academia de los Horacianos existente en Sevilla entre 1788 y 1791 y Quintero fue socio de número de la Real Sociedad Patriótica de Sevilla, de las Reales Sociedades Económicas de Sevilla y Madrid y de la Real Academia de la Historia, Finalmente, y aunque no ingresaron en la Academia de Buenas Letras, Manuel Martínez de Mora (Huelva, ?—?) perteneció a la Real Sociedad Patriótica de Sevilla, Francisco de Monsalve (¿Trigueros? ?-?) a la Real Academia de Medicina y demás Ciencias de Sevilla y Manuel Gil y Delgado (Zalamea, 1741-1814) tanto a la Sociedad Patriótica como a la Academia de Medicina, En este Cañamazo, Se tejieron relaciones sociales y culturales, se intercambió y matizó el pensamiento y, lo que resultaba especialmente sugestivo, se encontró por vez primera auditorio y cauces más directos de publicación. Al margen de ello, existieron otros intelectuales que, de modo independiente o al menos Sin que nos conste Su integración en círculos o Sociedades, participaron activamente del movimiento ilustrado y publicaron algunas obras: posiblemente, Juan Agustín de Mora Negro y Garrocho (Huelva, ¿1724?-¿1786?) y José del Hierro (¿Huelva?, 1699-1766) sean, entre ellos, los más significados, aunque su labor fue secundada por un buen número de eruditos locales que, aun sometidos a un asfixiante aislamiento, conformaron la base sobre la que se extendió y afincó la Ilustración.

Pero, incuestionablemente, los dos pilares que sostienen el entramado de la Ilustración onubense son Antonio Jacobo del Barco y Gasca y Miguel Ignacio Pérez Quintero. Sin ellos, el siglo XVIII de Huelva hubiera sido, intelectualmente, mucho más tibio y menos resuelto: a ellos se debieron el mejor y más ambicioso pensamiento, el más decidido impulso humanístico y científico y, en definitiva, las mejores Obras. Pertenecientes a dos generaciones consecutivas y sin duda a dos caracteres personales distintos, hubo entre ellos una línea de particular continuidad temática por el que se complementan, más sólido, sereno y universalista Barco, más inquieto Quintero, clérigo el uno y el otro no, compartieron su interés por los mismos temas, su pasión por la geografía. No fueron sólo geógrafos, pero lo fueron más que otra cosa. Aún no se les ha estudiado con el detenimiento y profundidad que merecen, y la laguna, a la altura en que esto se escribe, va siendo ya llamativa.
Naturalmente, las sombras en que la historiografía de la Ilustración ha mantenido a ambos no tienen la misma densidad. Barco y Gasca, por fortuna, aparece esporádicamente en repertorios y síntesis sobre la cultura española del XVIII, y, elogiado en ocasiones por Aguilar Piñal, merece algunas citas de Sarrailh. Pérez Quintero, en cambio, a pesar de contar con una obra de innegable interés, aún no ha encontrado su sitio en el rompecabezas de la Ilustración andaluza, y permanece, a estas alturas, ignorado paladinamente por los especialistas del género.

Sea como fuere, Miguel Ignacio Pérez Quintero, nacido en la villa de Trigueros en 1758, fue pieza clave del movimiento ilustrado onubense. De un carácter ambicioso revestido de cierta hosquedad, laico pese a aludir en ciertos momentos a una pretendida vocación eclesiástica, su labor supuso esencialmente la continuación temática de la obra ilustrada de Barco, aunque ni pareció reconocerle su magisterio ni dudó en entablar batalla a las argumentaciones centrales de este. Y, sin embargo, no hay duda en que Pérez Quintero le debió a Antonio Jacobo del Barco el aprendizaje en los estudios geográficos y la introducción en un ambiente ilustrado riguroso y plural.

En 1780, Cuando el triguereño ganó por oposición la cátedra de gramática de La Soledad, en Huelva, ya Antonio Jacobo del Barco, catedrático de filosofía, estaba al final de Su carrera. Con 74 años, había escrito y publicado lo mejor y más voluminoso de su obra, y gozaba de innegable ascendiente en la Academia Sevillana de Buenas Letras y, en general, en los círculos selectos de la Ilustración española. Los tres años que estuvieron juntos en La Soledad (1780-1783) supusieron, sin duda, la experiencia decisiva en la formación intelectual de Pérez Quintero, aunque por la forma algo brusca en la que le rebatiría, andando el tiempo, bien podemos pensar que sus relaciones personales no llegaron nunca a ser estrechas: la diferencia de edad (74 frente a 22) y de prestigio, los distintos caracteres personales y situaciones sociales (un vicario apacible frente a un joven gramático ambicioso) y, sobre todo, la disparidad de Sueldos (350 ducados anuales frente a 200) cuando Barco no tenía alumnos y Quintero sí, seguramente dieron pie a la formación de algunos recelos del más joven hacia el más viejo. Con todo, a partir de entonces, Pérez Quintero iniciaría una línea intelectual muy parecida a la de Barco, insistiendo en los mismos temas y frecuentando los mismos ambientes: en 1783, muerto el vicario, compraría en almoneda pública su biblioteca personal y en 1792, después de una década de la que sólo consta Su docencia Onubense en gramática, ingresaría como socio honorario en la propia Academia de Buenas Letras, a la que ya pertenecía, desde 1771, José Rodríguez González, sucesor de Barco en la cátedra de filosofía de La Soledad.

En realidad, la obra escrita de Miguel Ignacio Pérez Quintero iba a ocupar, de modo exacto, la última década del Siglo. Ya en 1790 había publicado Su primera obra, un estudio geográfico con el que inauguraba su línea polemista, y que apareció -como la mayor parte de sus escritos- en la imprenta Sevillana de Vázquez e Hidalgo: Disertación critico-topográfica. Las Casitérides restituidas a su verdadero sitio, por haberlas dislocado el ingeniero Cambdeno y otros sabios extranjeros, cuya sentencia ha sostenido nuevamente el eruditissimo señor abate Don Juan Francisco de Masdeu. Dos años después, recién ingresado en la Academia de Buenas Letras, presento su Disertación sobre la Beturia o ilustración critica de su tierra, con la noticia de algunas de sus ciudades (1792), avance manuscrito de un estudio de más envergadura que ya por entonces tomaba forma. Al año siguiente dictaría su Segundo y Último discurso en las sesiones académicas, constituyendo una Disertación político económica sobre España y sus indias (1793), y publicaría un cuaderno también de índole económica y de título bastante explícito: Los honesto con lo útil. Discurso político-agronómico, en que se procura demostrar con las más sólidas razones si conseguirá ventajas la agricultura en España vendiendo los granos a peso y no a medida, como actualmente se usa; cuales serán estas ventajas, y que medios había para establecer la venta de los granos a peso.  Quedaban definidas, así, las dos líneas temáticas que iban a ocupar toda la obra ilustrada del triguereño. Por un lado, los estudios geohistóricos heredados de Barco; por otro, los escritos economiscistas muy en la línea de la fisiocracia agrarista del momento.

En 1794 apareció la primera de sus obras mayores. Era La Beturia vindícada o ilustración crítica de su tierra con la noticia de algunas de sus Ciudades e islas, obra clave sobre el territorio comprendido entre el Guadiana y el Guadalquivir y quizás en la formación de una protoconciencia provincial onubense más allá del Convenio Jurídico de Sevilla.

Realmente, Se trataba de una Clara herencia intelectual de las Disertaciones o el Retrato natural de Antonio Jacobo del Barco. Aunque sin éxito en el mundo intelectual, rebatiría la reducción de Onuba a la villa de Huelva que estableciera desde 1755 el vicario onubense, tratando de defenderla candidatura de Gibraleón, y dedicada a la parte más cálida de la obra a la identificación de su patria, Trigueros, con la Conistorsis romana:

«Dulce es el amor de la Patria, y al trabajo del que escribe sus glorias le llama Ovidio ocupación religiosa: Et plus est patriae facta referre labor (lib, 2. Trist. eleg. 1 v. 322). Debo a la Villa de Trigueros mi nacimiento, debo los primeros rudimentos de las letras; y en esta virtud a mi me corresponde ser agradecido: por lo que, sin olvidar las obligaciones de historiador imparcial, quiero manifestar mis reconocimientos en esta Obra, habiéndose ofrecido oportunamente sin ser buscada la ocasión de ilustrar sus antigüedades. (..,) ¿Que obsequio puedo yo hacer más agradable a la Villa de Trigueros, mi patria, que el de presentar al Público las razones que tengo para persuadirme y sostener que en ella fue el sitio de la antiquísima y famosísima CONISTORSIS?».
Pero como la mayor parte de los ilustrados españoles, también Pérez Quintero tendría algunos problemas con la Inquisición, Ese mismo año, 1794, se le abría expediente por «proposiciones y libertinaje», y, aunque no parece que el asunto llegara a mayores, es posible que ello, junto a obvias razones intelectuales, estuviera en el fondo de su interés de abandonar Huelva con destino a Sevilla. En efecto, en 1796 trocaria Su cátedra de gramática de La Soledad, donde había estado 16 años, por otra cátedra de gramática en el Colegio Seminario de San Isidoro, y se establecería en la Capital de la Ilustración andaluza.

De aquí a final de siglo, Pérez Quintero, que ya pertenecía a la Real Sociedad conómica de Sevilla, estaría centrado en sus reflexiones y arbitrios sobre política agrícola. En principio publico, en dos volúmenes, una obra bastante singular dentro de su trayectoria, Noches de Diciembre. Entretenimientos rústicos y conversaciones para la gente del campo (1796), y continuo su ascenso Social con su incorporación a la Real Academia de la Historia y la Real Sociedad Económica Matritense, dirigida por Jovellanos. Con este respaldo, Pérez Quintero publicaría Su obra principal en materia agrícola: unos Pensamientos políticos y económicos, dirigidos a promover en España la agricultura y demás ramos de industria, a extinguir la ociosidad y dar ocupación útil y honesta a todos los brazos ( 1798 ), dedicados al propio Jovellanos -por entonces ministro de Gracia y Justicia- y donde trataría por extenso de las Sociedades Económicas. Al año siguiente, 1799, seria miembro de la Sociedad Patriótica de Sevilla, y escribiría una obra breve, El podador instruido y Arte de podar las viñas y talar los árboles con acierto, que no llegaría a publicar. Es el Último escrito suyo del que hay noticia. El gramático de Trigueros, después de pasar por los estudios geográficos, había terminado convertido en un riguroso tratadista económico, muy en la ola del momento, antes de que. a raíz del cambio de siglo, con poco más de 40 años, su obra se terminara inesperadamente.

Ocho obras en una década, sin embargo, de una altura intelectual nada desdeñable, no parece mal bagaje para reivindicar a un ilustrado. Miguel Ignacio Pérez Quintero, gramático, geógrafo, economista, tratadista político y escritor inquieto, llena por sí solo un espacio hoy vacío de la Historia cultural onubense, y merece ser mejor conocido. La iniciativa de la Diputación Provincial de Huelva de reeditar, en el Segundo centenario de su publicación, La Beturia Vindicada (que forma parte, junto con Dissertación histórico-geográphíca de Barco y la Huelva Ilustrada de Mora Negro, de la trilogía básica de la Ilustración onubense), bien puede servir para dar comienzo esta reivindicación.

Manuel José de Lara Ródenas. Universidad de Huelva Revista de San Antonio Abad. 1995

Fernando Belmonte Clemente (1841-1890)

"el paradigma de evolución interna del krausismo en Andalucía"

El ilustre triguereño Fernando Belmonte ha despertado el interés de estudiosos de la Filosofía, el Derecho y la Política. El profesor Calvo González, de la Universidad de Málaga, que actualmente realiza una amplia investigación sobre nuestro paisano, analiza en este artículo algunos aspectos del pensamiento de Belmonte, sus maestros y su línea dentro del grupo español que se formó dentro de la doctrina del racionalismo armónico del filósofo alemán Karl Ch. F. Krause. La historia intelectual y científica de Andalucía en la segunda mitad del 5. XIX no está agotada. Su proyección y repercusiones en la mentalidad del XX -planes de modernización cultural y programas de renovación social y política, el ideal regeneracionista y la dinamización del pensamiento- representan no sólo el antecedente lógico sino también, y sobre todo, la más idónea y consistente base desde la que deliberar acerca de la experiencia e identidad contemporáneas. En esa línea, la preocupación por rescatar la imagen humana de quienes a ello contribuyeron, tanto como la de reconstruir el ambiente institucional en que desarrollaron su labor constituye, al tiempo que conveniente mirada al pasado, una valoración de lo presente y una instructiva directriz para el futuro. Fernando Belmonte Clemente es una de las figuras de ese paisaje y parece justo que a su memoria intelectual y científica se rinda, cuando menos, el testimonio del recuerdo. Con tal propósito reuniré algunas noticias sobre la dimensión y el entorno de influencias en su pensamiento y actividad investigadora.

Es durante la etapa de su formación universitaria en Sevilla donde sin duda -e infinitamente más que hoy, por desgracia- se registra la apertura a un horizonte de inquietudes e intereses y el inicio de un conjunto de relaciones personales luego prolongado y desenvuelto a todo lo largo de su vida. Debe considerarse que, en efecto, entre los años 1859 a 1863 y 64, es decir abarcando las fechas de las licenciaturas que cursa en Filosofía y Letras y Derecho por la Universidad Hispalense, tuvieron lugar los contactos académicos que incardinarían su trayectoria intelectual. Del primero de esos centros deriva la más fuerte influencia; allí recibió las enseñanzas de Metafísica impartidas desde la Cátedra de Ampliación de la Filosofía y su Historia recién ocupada por Federico de Castro, notabilísimo agente y representativo expositor en Andalucía del sistema filosófico idealista de inspiración krausista -doctrina del racionalismo armónico- en su más fidedigna línea interpretativa. El ascendiente de Castro se dejó sentir igualmente en la Facultad de Derecho, si bien en esta, emergiendo tras un periodo de latencia, el enfrentamiento idealista con la filosofía escolástica adoptó como forma dominante la hegeliana.

En todo caso, no es improbable que, al término de los estudios jurídicos, la maestría de Castro permaneciera tan viva como para motivar todavía más la inclinación krausista de Belmonte al momento de satisfacer en la Universidad Central de Madrid el preparatorio de Doctorado en Derecho (1868-1869), asistiendo en aquella a las explicaciones de Francisco Giner de los Ríos en Filosofía del Derecho, y de Gumersindo de Azcárate en Legislación Comparada, quienes agrupados en torno a Julián Sanz del Río constituían la espina dorsal del krausismo español. Lamentablemente no hemos localizado aún la tesis doctoral de Fernando Belmonte, la que sin duda arrojaría luz en este asunto. Por el momento, no obstante, parece más que muy prudente manejar la hipótesis de una orientación de tal naturaleza. Es lo cierto que, desde luego, si se la puede probar en las primeras investigaciones dadas a conocer tras la colación del Grado, mostrando en ellas, además, una perfecta sintonía con los más caracterizados planteamientos de la producción bibliográfica de Castro, en particular para lo relativo a su convencimiento sobre la existencia histórica de una filosofía nacional española. La coincidencia es tan grande como para permitir intercambiar sin mucha dificultad las fuentes y tesis entrambos utilizadas y defendidas. Señálese, por añadidura, que en común tienen también la fecha y lugar de aparición; el año 1869 y la «Revista de Filosofía, Literatura y Ciencias» de Sevilla, fundada por Castro y Antonio Machado y Núñez, cuyas colaboraciones para ese núm. 1 son las únicas que figuran precediendo la de Belmonte. Sin embargo, la preocupación investigadora de nuestro personaje en absoluto queda consumida por el intento en descubrir o bien articular una composición de armonismo krausista en la filosofía española.

Dentro las de que por entonces se apuntan como corrientes del pensamiento krausista en España, Belmonte reordena sus prioridades trasladándose del campo teórico (especulativo) -Sanz del Río, o Castro- hacia áreas de reflexión filosófica más prácticas, en concreto a la filosofía de la religión. Con Rafael Álvarez Surga, otro más de los discípulos de Castro, prepara y da a conocer en las páginas de la R.M.FL.C.S. 11873) una versión castellana sobre buena parte de la obra de Guillermo Tiberghien, profesor en la Universidad de Bruselas y, naturalmente, de filiación krausista, Estudios sobre Religión 121. El valor de este dato creo que debe tomarse en relación a las actitudes que en el seno del krausismo español y, al caso, también andaluz comienzan al experimentarse como necesidad de aproximación a los sistemas filosóficos positivistas; esto es, signos de ponderado krausopositivismo o filopositivismo krausista. El acercamiento de Belmonte a esta problemática, diré también, resulta especialmente circunspecto ya que no implica las fuentes de la polémica y porque el mismo Tiberghien se había presentado cauteloso respecto al positivismo en la reflexión filosófica idealista. Con todo, pienso que vale hacer del dato una lectura como síntoma a tener en cuenta para el diagnóstico de evolución interna del krausismo. Si se me permite la metáfora clínica afirmaría que aquel era un periodo álgido: un estado febril -representado por discusiones y debates- al que acompaña la sensación de frío -representada por el paulatino abandono de la preferente ocupación en temas especulativos-. En este sentido, una de las inflexiones de rumbo más características, siempre sin olvidar la condición krausista de origen, es la que gira en torno a la adscripción de la Antropología a la historia natural, conectándola 'pues a medicina, zoología, geología, historia, arqueología, lingüística, estadística, etc... Esto explica que hallemos a Belmonte perteneciendo al Ateneo Hispalense desde su fundación 11879) por Castro y el historiador y sociólogo filopositivista Manuel Sales y Ferré, que en 1880 alcance a ocupar la vicepresidencia de la sección de Literatura y Artes, al cargo del naturalista Claudio Boutelou, y que para 1887 sea el máximo responsable de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de Sevilla. En compañía de Boutelou, o de José Gestoso Pérez recorrió numerosos lugares de la provincia y capital sevillana atesorando observaciones y reuniendo noticias de singular interés.

De esta época, a veces arrancando pocos antes y en alguna ocasión continuándolos con posterioridad, datan diversos trabajos de contenido arqueológico, paleográfico, numismático, etnológico e histórico-artístico 131. De otra parte, por esos mismos años Belmonte se inscribe entre los componentes del grupo organizador de la Sociedad de Folklore Andaluz, creada en Sevilla a instancias de Antonio Machado y Álvarez tras su «plena» ruptura con el krausismo, inaugurando entonces el llamado «positivismo folklorista». A él concurren también Álvarez Surga, Gestoso y Joaquín Guichot y Parody, entre otros. La relación de este último con Belmonte es muy notable; redactó el discurso de contestación al de recepción de nuestro personaje en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. El tema elegido por Belmonte era de naturaleza histórico-jurídica y poseía un acusado carácter sociológico y «costumbrista» (folklorista). Lo preparó el año 1877, aunque el efectivo ingreso no tuvo lugar sino once años después y el texto, ofrecido a Guichot, permaneció inédito hasta 1913 en que Alejandro Guichot y Sierra lo rescató con motivo de la edición completa de las obras de su padre 141. Creo haber reseñado correctamente el origen y la pertenencia krausista del pensamiento de Belmonte Clemente.

También, destacado que su itinerario intelectual ejemplariza el paradigma de evolución interna del krausismo en Andalucía. Igualmente, para terminar, su desembocadura en el krausofolklorismo. Esto último aun podría revalidarse más todavía. A su muerte, el 16 de mayo de 1890, Gestoso 151 refiere que se encontraba preparando o tenía en ejecución avanzada un manuscrito intitulado Noticias históricas de la provincia de Huelva, formando la obra cuatro volúmenes y completada en uno más dedicado a onubenses ilustres. Sin contar éste, el primero trataba de la geografía física y económica de la provincia, además de las costumbres, prehistoria, dominación romana e inscripciones funerarias que se conservaban de aquella época, origen y culto del ídolo Salamboa, memoria goda, irrupción musulmana, asentamientos normandos, orígenes de Niebla y de la familia de los Jaldones e importancia de esta villa durante la dominación islámica, concluyendo con los hechos más notables en la historia de la población, estudio del período de Taifas y del saqueo de la ciudad a mediados del 5. XI. El segundo contenía extractos de los Libros de Actas del municipio de Trigueros. Finalmente, los volúmenes tercero y cuarto se consagraban en el plan de la obra a una recopilación diplomática de los 5. XIII al XVIII. El paso del tiempo y condiciones poco favorables han convertido en ilocalizable o han devorado casi totalmente este material.

Lo mismo parece haber ocurrido con una colección de legajos sin ordenar centrados en múltiples aspectos de la Villa de Trigueros, tales como arqueología, numismática, sigilografía, aljamiado, etc. Terminando, Gestoso alude sin precisar a cierto material sobre cantes populares. Lo correspondiente a esta parte del manuscrito no hace mucho que fue hallada. Contiene más de dos mil canciones populares cantadas en el territorio de la provincia de Huelva que versan sobre amor, desengaño, 'malquerencia, fiestas, labores agrícolas y pesqueras, además de menciones a otras provincias de la región, como Sevilla y Málaga. Sería responsable y preciso proceder a la recuperación definitiva de este original trabajo, valioso testimonio cultural que sobrepasa generosamente cualquiera de las recopilaciones existentes en nuestra región. Gran número de investigadores (sociólogos de la lengua, antropólogos, flamencólogos...) compartirían también el beneficio de la edición. Albergamos y abrigamos la esperanza de que muy pronto suceda así.

Trámites Relacionados

Eventos Relacionados

Últimas Noticias